Parecía que iba a ser una noche más en la calle. Alberto Maidana , de 40 años, ya había perdido la cuenta de cuánto tiempo hacía que no dormía en una cama de verdad. Unos cartones apilados sobre la vereda de Jujuy y avenida Roca eran su dormitorio. Por la mañana le bastaba un cóctel de alcohol fino y jugo de naranja para amortiguar la realidad. Pero esa noche, su “morfina” no funcionó. ¿Era la cercanía de la Navidad que lo ponía más sensible? “Hacía dos años que mis hijas no querían verme. Mis padres vivían muy lejos, en Buenos Aires, y no sabían nada de mí. Yo no podía dominar mi voluntad”. Alberto cuenta su historia como si se tratara de otra persona. Porque es otra persona desde esa noche de 2016.
Con voz suave y tonada porteña, Alberto recuerda su pasado: “a los ocho años empecé a consumir. Mi padre era alcohólico y aunque trabajaba bien, en una fábrica de filtros, era violento con mi madre. De lunes a viernes era una persona excelente, pero los fines de semana se transformaba. Mis cuatro hermanos y yo le teníamos terror. Un día él se fue de casa y mi madre comenzó a salir con otro hombre. No era mejor que mi padre, sino todo lo contrario. Era un delincuente. Ella comenzó a llevar esa vida y nosotros también. Mi padre me rescató, pero después, yo me escapé de él por su violencia. Por eso a los 10 años me fui a la calle. Pasé lo peor que te podés imaginar. Hasta que un día caí preso. Le pedí a la jueza que me diera la oportunidad de cambiar de vida. Que me permitiera venir a Tucumán. Y así llegué aquí, por el sistema de probation, que ya cumplí. Conocí a mi esposa y tuve cinco hijas, pero no pude superar las adicciones y caí de nuevo. Una de mis hijas murió y ahí terminé de derrumbarme. Mi matrimonio se cayó. Yo no era capaz de cuidar a nadie ni a mí mismo...”, confiesa con tristeza.
De esta manera Alberto volvió a la calle. Dormía donde lo pillaba la noche, hasta que se afincó en Jujuy y Roca, donde lo encontró Gustavo Gandara, un joven del grupo Un Plato Caliente. “Él buscaba a otro chico que en ese momento no estaba. Entonces me preguntó a mí: ¿te gustaría cambiar de vida? Y me propuso llevarme a un centro de rehabilitación”. Alberto aceptó sin mucha esperanza. “Está bien, pero siempre que no me mediquen. Para que me droguen más y me encierren, prefiero seguir drogado pero en la calle”, le advirtió.
“Yo, que había perdido todo, hasta los documentos... que hasta tenía visto el árbol donde iba a colgar la soga al día siguiente, no tenía nada que perder. Mi vida estaba vacía. Mi esposa no me quería ver porque en cada encuentro le hacía un quilombo. En la calle me habían golpeado, despreciado ... y de pronto alguien me extendía un plato de comida ... y me ofrecía ayuda. Estaba desconcertado”, sonríe con alegría.
Alberto era consciente de que no iba a ser fácil recuperar a una persona que llevaba 30 años de adicciones. Al día siguiente, Gustavo volvió con Nadia Amaya, otra integrante del grupo y lo llevaron al hogar “La mano de Dios”. Allí comenzó su cambio. Pero a los meses volvió a caer. Lejos de enojarse por haber desaprovechado la oportunidad, Nadia volvió a buscarlo, a consolarlo y a alentarlo. Esta vez fue Nadia la que asumió el compromiso de acompañarlo y hacerle “el aguante”. “Me incorporó al grupo y yo me sumé a las rondas de las noches. Repartía la comida como lo habían hecho conmigo. Eso me puso del otro lado del mostrador. Me hizo cambiar la perspectiva”, dice.
En medio de esas calles oscuras, mientras llevaban viandas a los marginados de la sociedad, Alberto le contaba su historia de vida a Omar Rivas, un ingeniero en sistema, tan apasionado por la tecnología como por ayudar a los demás. En una de esas noches laboriosas Omar le preguntó: “¿y vos qué sabés hacer?”. Alberto dijo: soy sanguchero y ayudante de cocina. “Ah, gastronomía”, concluyó Omar, y su próxima pregunta fue: “¿te animarías a sumarte a un emprendimiendo como mi socio?”
“¡Yo no tenía dinero ni siquiera un lugar digno para vivir y él me ofrecía que sea su socio!” Alberto no lo podía creer. Omar, un creativo que estaba buscando un emprendimiento que lo vinculara a su debilidad por los más desprotegidos de la sociedad, pensó que sería una gran idea abrir un “bar inclusivo”. Un lugar atendido por personas con discapacidad mental y sostenido por una persona rehabilitada de sus adicciones. Así nació Up, en Córdoba 191, donde Alberto está a cargo de la parte más importante del proyecto, la gastronomía.
“Alberto me pareció una buena persona. Como él, hay muchos tucumanos que están en la calle no porque quieren, sino porque no tienen una oportunidad, ni siquiera de los que tienen la responsabilidad de hacerlo”, reniega Omar. A poco de estrenar su nueva vida Alberto volvió a recuperar lo que había perdido: “tengo mi casa, me reencontré con mis padres y hasta mis hijas volvieron a visitarme. ¡Todo cambió desde que alguien creyó en mí!”
> Dos grupos solidarios
“Ronda Amiga” y “Alas Solidarias”
Para ayudar a la gente en situación de calle podés comunicarte por Facebook a Ronda Amiga (o por teléfono al 381-3589970, Aidina) y también a los chicos de Alas Solidarias (381 645-4234, Nuni). Lo que se necesita es: mercadería en general (fideo, puré de tomates, salsas, condimentos, lentejas, burgol, sal, huevos, carnes, descartables (bandejas n° 103, bolsitas 20×30, cubiertos, vasos, servilletas, film), ropa y calzado en buen estado, frazadas, leche, y manos para cocinar.
> Un plato Caliente
Cómo ayudar a los que viven en la calle
Si querés colaborar con el grupo Un Plato Caliente podés acercarte a Córdoba 191 y sumar donaciones de carne, verduras y materiales descartables (bandejas, vasos), colchones y frazadas. Los jóvenes reparten 160 viandas los jueves desde las 22 y domingo, de por medio, a unas 100 personas que duermen entre las cuatro avenidas. “La comida no es el fin, sino un punto de partida para acercarse a una persona, conocerla e intentar darle ayuda integral”, dice Omar Rivas.